Fecha: 31 de octubre de 2025
Mientras muchos creyentes en el mundo oran en templos seguros o asisten libremente a misa los domingos, en Sudán, profesar la fe cristiana se ha convertido en un acto de heroísmo y resistencia.
En medio de una guerra devastadora que ha desplazado a millones, los cristianos viven una persecución sistemática: sus iglesias son demolidas, sus comunidades desplazadas y su fe puesta a prueba entre las ruinas del conflicto
Desde abril de 2023, Sudán se desangra en una guerra interna entre el ejército regular (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). Las bombas han reducido ciudades enteras a escombros y provocado una de las peores crisis humanitarias del planeta: más de 13 millones de desplazados y cientos de miles de muertos, según cifras de Naciones Unidas.
Pero dentro de esta tragedia, los cristianos han sido blanco particular de la violencia. En zonas donde las milicias radicales ejercen control, los templos son ocupados, quemados o destruidos, y los creyentes enfrentan la amenaza de morir o renunciar a su fe.
En julio de 2025, una iglesia pentecostal en Jartum Norte fue demolida por orden militar. Meses antes, una comunidad episcopal había visto su templo arrasado con maquinaria pesada.
El Consejo Mundial de Iglesias condenó el hecho como un "ataque calculado contra las minorías cristianas", denunciando que la libertad de culto prácticamente ha desaparecido del país.
Según Open Doors International, más de 165 iglesias han sido cerradas o destruidas desde el inicio del conflicto, y muchos líderes cristianos han sido obligados a huir para sobrevivir.
Un pastor local declaró a medios internacionales:
“Nos hemos quedado sin templos, pero no sin fe. Nuestra iglesia ahora se reúne bajo un árbol. Jesús también predicó al aire libre; Él entiende nuestro sufrimiento.”
En varias zonas bajo control militar, la ayuda humanitaria es negada a los cristianos, o se condiciona a la conversión al islam. “Si renuncias a Jesús, puedes recibir comida”, han denunciado líderes locales.
Las familias cristianas desplazadas viven en refugios improvisados, sin agua ni medicinas, dependiendo únicamente de la solidaridad de pequeñas redes de iglesias clandestinas.
Los testimonios que emergen desde Sudán recuerdan las palabras de Cristo:
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.” (Mateo 5:10)
Esta persecución no es un hecho aislado. Desde hace años, Sudán figura entre los diez países más peligrosos para ser cristiano, según la Lista Mundial de la Persecución 2025. Sin embargo, el conflicto actual ha llevado esa situación al límite.
En un mundo saturado de información, donde las redes sociales amplifican lo trivial, la voz de los cristianos perseguidos corre el riesgo de perderse en el ruido digital.
Por eso, la Iglesia universal tiene un deber moral y espiritual: no olvidar a los que sufren por su fe.
Orar, difundir su historia y exigir respeto por la libertad religiosa son gestos concretos que pueden marcar la diferencia.
La indiferencia es el terreno más fértil para que el mal siga avanzando.
La Iglesia en Sudán nos recuerda que la fe no se mide por la comodidad del templo, sino por la firmeza del corazón.
Mientras ellos oran bajo el sonido de las bombas, nosotros, desde la seguridad de nuestros hogares, estamos llamados a unirnos en oración y solidaridad.
Porque cuando un cristiano sufre, toda la Iglesia sufre con él.
Y cuando uno de ellos resiste, la luz de Cristo brilla con más fuerza en el mundo.
Fuente: recopilación de medios internacionales (Open Doors, Fox News, Christian Post, Oikoumene, NPR)